ARQUITECTURA
Las ciudades romanas eran el centro de
la cultura,
la política
y la economía
de la época. Base del sistema judicial, administrativo y fiscal eran también
muy importantes para el comercio y a su vez albergaban diferentes
acontecimientos culturales. Es importante destacar que Roma fue, a diferencia
de otros, un imperio fundamentalmente urbano.
Las ciudades romanas estaban
comunicadas por amplias calzadas que permitían el rápido desplazamiento de los
ejércitos y las caravanas de mercaderes, así como los correos. Las ciudades
nuevas se fundaban partiendo siempre de una estructura básica de red ortogonal
con dos calles principales, el cardo
y el decumano que se cruzaban
en el centro económico y social de la ciudad, el foro,
alrededor del cual se erigían templos,
monumentos y edificios públicos. También en él se disponían la mayoría de las
tiendas y puestos comerciales convirtiendo el foro en punto de paso obligado
para todo aquel que visitase la ciudad. Así mismo un cuidado sistema de alcantarillado
garantizaba una buena salubridad e higiene de la ciudad romana.
Curiosamente, este riguroso
ordenamiento urbanístico, ejemplo del orden romano, nunca se aplicó en la
propia Roma,
ciudad que surgió mucho antes que el imperio y que ya tenía una estructura un
tanto desordenada. El advenimiento del auge del poder imperial motivó su rápido
crecimiento con la llegada de multitud de nuevos inmigrantes a la ciudad en
busca de fortuna. Roma nunca fue capaz de digerir bien su grandeza acentuándose
más aún el caos y la desorganización. La capital construía hacia lo alto, el
escaso espacio propició la especulación inmobiliaria y muchas veces se
construyó mal y deprisa siendo frecuentes los derrumbes por bloques de pisos de
mala calidad. Famosos eran también los atascos de carros en las intrincadas
callejuelas romanas. La fortuna sin embargo quiso que la capital imperial se
incendiara el año 64
dC, durante el mandato de Nerón. La reconstrucción de los diferentes barrios se realizó
conforme a un plan maestro diseñado a base de calles rectas y anchas y grandes
parques lo que permitió aumentar muchísimo las condiciones higiénicas de la
ciudad.
Por lo demás toda ciudad romana
trataba de gozar de las mismas comodidades que la capital y los emperadores
gustosos favorecían la propagación del modo de vida romano sabedores de que era
la mejor carta de romanización de las futuras generaciones acomodadas que jamás
desearían volver al tiempo en que sus antepasados se rebelaban contra Roma. Por
ello, allí donde fuera preciso se construían teatros, termas,
anfiteatros
y circos
para el entretenimiento y el ocio de los ciudadanos. También muchas ciudades
intelectuales gozaban de prestigiosas bibliotecas
y centros de estudio, así fue en Atenas por ejemplo ciudad que siempre presumió de su presuntuosa
condición de ser la cuna de la filosofía
y el pensamiento racional.
Para traer agua desde todos los
rincones se construían acueductos si era preciso, el agua llegaba a veces con tal
presión que era necesario construir abundantes fuentes por todas partes lo que
aún aumentaba más el encanto de dichas ciudades, que a pesar de estar
construidas en tierras secas recibían la llegada de las bien planificadas
canalizaciones romanas.
Las casas típicas eran las insulae
(isla). Solían estar hechas de adobe normalmente de unos tres o cuatro
pisos aunque en Roma o en otras ciudades de gran densidad se llegaban a
construir verdaderos rascacielos cuya solidez muchas veces fue más que dudosa.
La gente rica y de dinero, patricios de buena familia o ricos comerciantes
plebeyos que habían hecho fortuna se alojaban en casa de una sola planta con
patio interior (impluvium)
recubierto de mosaicos
llamadas domus.
En honor a las victorias se construían
columnas, arcos de triunfo, estatuas ecuestres y placas
conmemorativas que solían hacer siempre referencia al emperador reinante y sus
gloriosas victorias conseguidas en pos de la salvaguarda de la pax romana
de la que gozaban inconscientes los ciudadanos de la urbe. Era un motivo que se
recordaba constantemente para dar sentido a la recaudación imperial, sin dinero
no hay ejército, sin ejército no hay seguridad y sin seguridad no hay ciudades
ni comercio. Algo que quedaría patente a finales del bajo imperio.
Con la llegada de la crisis del siglo tercero y,
particularmente, ya en el tardío imperio cristiano la seguridad de la que
disfrutaron durante tiempo las ciudades romanas había desaparecido. Y muchas de
ellas, sobre todo las más fronterizas con los limes acechados por los
pueblos germanos se vieron obligadas a amurallarse y recluirse en
fortificaciones sacrificando calidad de vida por seguridad. Fue un paso hacia
atrás que se materializaría con la desaparición del imperio de occidente, la
ruralización, el fin de las actividades comerciales y el surgimiento de los castillos
medievales.
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